Ponente
Descripción
Beber del arte clásico fue una aspiración presente desde los inicios de la formación artística en Cuba. La pensión de estudios a las jóvenes promesas se comenzó a perfilar desde 1845 con destinos en París y Roma, donde también se ponía en contacto el pensionado cubano con el arte español en la Academia de España en esa ciudad. Sin embargo, reunir los fondo necesarios, ya fuera disfrutando del mecenazgo de coleccionistas, como ocurrió con Antonio Herrera Montalván auspiciado por don Francisco Goyri Aelot, o de instituciones públicas como el caso de Leopoldo Romañach Guillén con una beca de la Diputación Provincial de Santa Clara, no consolidaba una formación que carecía hasta entonces del necesario contacto con museos y galerías de arte. Este sueño estaba puesto en Europa, e Italia era una fuente inagotable no sólo para los pintores, sino para los escultores que aspiraban a una instrucción clásica y a los mármoles inigualables de Carrara.
Esta aspiración de sistematizar las becas de completamiento de estudios en Europa, tuvo un momento de auge con las llamadas "vacas gordas" y el renacimiento económico que artificialmente vivió Cuba al culminar la I Guerra Mundial. Desde 1919 se regulariza el otorgamiento de pensiones para estudios en el extranjero, en pintura y escultura, que pulieron conocimientos adquiridos y consolidaron los lenguajes académicos, pero que también fomentaron la renovación artística que se gestaba en la isla. Antonio Rodríguez Morey o Antonio Gattorno, son parte del nutrido grupo de más de 30 pensionados cubanos que realizaron algún tipo de formación en Italia durante el período del Cambio de Siglo en estos trasiegos transoceánicos que dejaron su legado en nuestro arte.